Y no os conforméis á este siglo; mas reformaos por la renovación de vuestro entendimiento, para que experimentéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. (Romanos 12:2)
La iglesia de Cristo, encara en nuestros días, más que antes, un problema que demanda una solución pronta e inmediata, a la cual debemos todos los que amamos al Señor y la obra en la que nos ha puesto, nuestra reflexión emanada de una ferviente sumisión por medio de la oración.
Muchos son los obstáculos y peligros que la Iglesia encuentra a su paso por este mundo, no podemos esperar menos, pues la Palabra de Dios nos dice con certeza “por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoce a Él” (1ªJuan 3:1) y es precisamente por esta palabra dada a su Iglesia que debemos estar alertas, dotándonos de toda la armadura de Dios, para resistir estando siempre firmes.
La perdida se acentúa día a día, y una de las mas significativas perdidas y graves es la del espíritu apostólico en los ministros.
Satanás, no ha presentado un ataque frontal contra la iglesia, sino que fiel a su personalidad ha introducido de una manera zagas una quinta columna y esto para no solo neutralizar la acción de los miembros de la Iglesia, logrando en muchos casos convertirlos en cristianos tibios y ponerlos así al alcance de ese “león rugiente” sino ha ido mas allá desvirtuando el espíritu del Ministerio Cristiano, insinuando que el ministro es como cualquier otro empleado dentro del mundo. Haciendo así ministros sin distinción, pero no esa que hoy se pretende, no la que distingue a los ricos de los pobres, sino de aquella que bien se reseño en el discurso a Diogneto y que la historia ha sabido guardar:
"Los cristianos, en efecto, no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra ni por su habla ni por sus costumbres. Porque ni habitan ciudades exclusivas suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás. […] sino que, habitando ciudades griegas o bárbaras, según la suerte que a cada uno le cupo, y adaptándose en vestido, comida y demás género de vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestras de un tenor de peculiar conducta, admirable, y, por confesión de todos, sorprendente. […]Están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo. Obedecen a las leyes establecidas; pero con su vida sobrepasan las leyes. A todos aman y por todos son perseguidos. Se los desconoce y se los condena. Se los mata y en ello se les da la vida. Son pobres y enriquecen a muchos. Carecen de todo y abundan en todo. Son deshonrados y en las mismas deshonras son glorificados. Se los maldice y se los declara justos. Los vituperan y ellos bendicen. Se los injuria y ellos dan honra. Hacen bien y se los castiga como malhechores; castigados de muerte, se alegran como si se les diera la vida" (Discurso a Diogneto, 5:1–11).
Pero esto no es lo que hoy distingue a los ministros del Señor. El impacto ha sido certero y eficaz para los fines que persigue Satanás. Sí, ayer era un deseo vehemente por servir el que nos movía, pero después se dieron cuenta de que servir no era una ocupación que les remunerara y muchos han optado por abandonar la carrera de la vida eterna, y han preferido tomar el camino de Esaú, despreciando el ministerio por un simple plato de lentejas, haciendo aun lado la abundante mesa del Señor.
El problema se acrecienta hoy día porque hay quienes hoy mudaron su pasada manera de pensar, alteraron así la gloria de Dios, tomando una actitud alejada totalmente del verdadero espíritu misionero el cual demanda un servicio a Dios desinteresado, presto, caritativo y consagrado a Él en cuerpo y alma, y esto a traído como consecuencia que los que habiendo ser salvos, aun no han sido alcanzados por la predicación del evangelio.
Unos buscan mejores honorarios y privilegios, buscando los mejores pulpitos, y no por ser los más necesitados de predicadores, sino buscan, que no solo les reditué dividendos que les permita vivir cómodamente, sino además añadir brillo y distinción de entre las demás efigies chispeantes. Hay algunos otros que reclamando derechos personales, se tornan un problema constante dentro de sus iglesias, otros más se olvidan de sus votos ministeriales, los cuales ofrecieron a Dios, consagrándose totalmente a su obra y a la obediencia a la Palabra del Señor; se revelan sin tener razón alguna y asumen una actitud independiente arrastrando junto con ellos a otros mas indignos o igual a ellos, ademas de una manera directa a la Iglesia a la cual representan, o de la cual son allegados.
El servicio al Señor, aun a pesar de las dificultades que puedan presentarse, es lo mas noble que pueda haber para el hombre y lo que tiene verdadera trascendencia para él sobre esta tierra. Pues la Palabra de Dios nos enseña que aun los ángeles quisieran desempeñar este servicio. Glorioso es servir en la mesa del Señor. ¿Quién también hay de vosotros que cierre las puertas ó alumbre mi altar de balde? (Malaquías 1:10).
Somos ministros no por nuestros propios meritos, sino por la misericordia y gracia de Dios, quien como al profete Jeremías dijo: “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que salieses de la matriz te santifiqué, te dí por profeta á las gentes.” (Jeremías 1:5) Ese es el testimonio que deberíamos de dar en todo momento, “Empero por la gracia de Dios soy lo que soy: y su gracia no ha sido en vano para conmigo; antes he trabajado más que todos ellos: pero no yo, sino la gracia de Dios que fué conmigo.” (1ªCorintios 15:10)
Ciertamente el servir al Señor no es un servicio que sea remunerado en la tierra, como muchas otras ocupaciones, ni ofrece al igual que otros beneficios materiales, (como algunos de los que se pretenden ligar al servicio hoy día), no ofrece derechos y privilegios, pues el Señor ya nos lo había dicho cuando respondió a aquel, que pensando en los beneficios materiales y sociales se ofreció a ir con él a todas partes, al decirle: “Las zorras tienen cavernas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del hombre no tiene donde recueste su cabeza” (Mateo 8:20).
La mesa del Señor es sencilla, pero es suficiente para nuestras vidas; nuestra porción es el Señor porque siempre nos responde solicitó a socorrer nuestras necesidades, proveyéndonos de alimento y con que cubrirnos y no solo a nosotros, sino también aquellos que nos acompañan en tan grande labor.
La satisfacción que podemos sentir, no es material, es espiritual y eso es lo que nos da la fuerza para seguir con gozo enfrentándonos día a día al hambre, a la desnudez, a la cárcel, los peligros, los desprecios, las injurias, las soledades, y aun mas hasta la misma muerte.
Hermanos, el Apóstol del Señor, Pablo, nos ruega a que andemos como es digno de la vocación a la que hemos sido llamados (Efesios 4:1) Si hemos de tener una amor eterno, ese ha de ser por nuestro Señor Jesucristo, si hemos de trazarnos una meta, esa ha de ser aquellas almas sedientas y hambrientas que por mas que buscan no encuentran, que solo reciben remedos de una supuesta salvación basada en el bienestar físico, social y no espiritual, si hemos de buscar una gloria, esa ha de ser la gloria de Cristo.
Si hemos de servir, hagámoslo siempre sabiendo que cuando tuvo hambre le dimos de comer, cuando tuvo sed, le dimos de beber. Todo lo que hagamos, hagámoslo para la gloria de nuestro Señor Jesucristo.
Y les decía: La mies á la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros á su mies (Lucas 10:2)
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